MILENTA

Fronteras en el tiempo, en los espacios, en la historia, en el entendimiento, en la percepción, hasta en nuestra propia realidad. La vida misma tiene un límite, todo llega a un punto y de ahí en adelante sigue otra cosa, o por lo menos, esa es la idea que todos tenemos. Ese es el concepto de frontera que nos han enseñado: algo que separa algo. Es por eso que se levantan muros, se construyen cercas, se delimita. Hay muchas más barreras que puentes, porque se entiende el límite cómo algo que divide y no como algo que une, que vincula. Lo cierto es que se deben traspasar las fronteras para entender, ampliar nuestra experiencia y conocernos mejor.

En el caso de MILENTA, para descubrir su esplendor había que dar ese salto, proporcionarle un valor especial a lo que antes no significaba nada para encontrarnos con lo extraordinario que retienen todas las cosas.

Es así como la casa deja de ser casa y se convierte en templo, el muro se vuelve altar y el objeto reliquia

Hace un poco más de un año, obras públicas en un sector de la ciudad dejaron al descubierto las ruinas de MILENTA. Un portal al pasado se abrió, un puente invisible por el cual José Rosero y Paulo Acosta cruzaron para develar los secretos de esta civilización anónima. Durante seis meses realizaron recorridos en los que recopilaron fragmentos, siguieron pistas, dialogaron con el pasado y especularon.

Este proceso de descubrimiento, recolección, clasificación e intervención (una forma de arqueología) dio como resultado esta primera muestra, la cual da cuenta sobre quiénes habitaron alli, su cotidianidad, cosmogonía, cultura y contexto.